Ya sabemos que Manabí es una provincia de 18.878,8 km², su capital Portoviejo, que limita con el Océano Pacífico y las provincias de Esmeraldas, Santo Domingo de los Tsáchilas, Los Ríos, Santa Elena y Guayas.
También conocemos que Manabí es la tercera provincia más poblada de Ecuador; produce artesanías, camarón, banano, café, algodón, ganadería. Famosa por su tradición gastronómica, fervor religioso, alegría y belleza. La pesca es un aporte fundamental a la economía nacional.
Ahora debemos reflexionar a Manabí como territorialidad, es decir, un espacio con propia vida colectiva, con individuos con deseos de seguir viviendo en ese territorio, de transformarlo, considerando los hábitos de vida, maneras de producir, comunicación, valores e identidad local.
Porque territorio es algo más que el objeto por excelencia de la investigación geográfica, es un sistema formado por todos los elementos físicos y humanos de un área o región que aprehendidos desde la tradición social, se transforma para elevarla a ciencia de las culturas y de las relaciones de éstas con el medio, observando su distribución espacial.
Manabí tiene identidad, es un sujeto irrepetible, único, capaz de reflejarse solo consigo mismo. Posee valores, tradiciones, símbolos, creencias, intereses, códigos, normas y rituales y modos de comportamiento que funcionan como elemento cohesionador entre sus habitantes.
Los manabitas desde la etnicidad, somos individuos que interactuamos en medio de un cambio cultural permanente que permite que los mismos actores sean los que definan los contenidos significativos de su identidad étnica. Esto implica reconocer los procesos étnicos como construcciones sociales que establecen límites sociales e históricos en relación a los demás y así hacer una continua ratificación fraterna como miembros absolutos de Manabí.
Abordamos el fenómeno de nuestra identidad cultural desde las perspectivas esencialista y constructivista, la primera considera que los diversos rasgos culturales son transmitidos a través de generaciones, configurando una identidad cultural a través del tiempo; mientras la segunda, señala que la identidad no es algo que se hereda, sino algo que se construye, por ser dinámica, maleable y manipulable. En Manabí, podemos hablar de “identidades genuinamente manabitas” sin recelos, ya que las particularidades enriquecen lo general de nuestra cultura.
Es irrefutable que la forma de acceso a la información que respalda nuestras representaciones, y por ende nuestra cultura e identidad, está cambiando. La tecnología mediática moderna ha posibilitado la digitalización de la información y la consolidación del internet, permitiendo que cualquier persona en cualquier punto de la geografía mundial pueda acceder a la misma.
Asimismo, la identidad está fuertemente relacionada con la política, entendida ésta como un conjunto de ideas y valores que proyectan un modelo de sociedad y situaciones entre diversos grupos que se enfrentan. Definiciones clásicas de la política le inscriben como el "ejercicio del poder" en relación a un conflicto de intereses. Son famosas las definiciones fatalistas de Carl Schmitt de la política como juego o dialéctica amigo-enemigo, que tiene en la guerra su máxima expresión, o de Maurice Duverger, como lucha o combate de individuos y grupos para conquistar el poder que los triunfadores utilizarían en su interés.
Sin embargo, debemos tener presente que la identidad es un factor que influye en la forma del ser político y hacer política, tanto en la configuración de ideas cuanto en el protagonismo de actores que ejercen la política activa.
En todo caso, la política busca el poder y éste no solo se encuentra en las estructuras sociales, sino traspasa y se practica en todas las relaciones humanas. El poder no es una condición natural, sino cimentada en todas las acciones para ser tal, es decir, debe ser un ejercicio continuo.
La relación de poder está basada en la dominación-subordinación, que significa beneficiarse y abusar de los demás. Los actos pueden ser evidentes o poco visibles. Cuando predomina la relación de poder, se anula la autonomía, es decir la capacidad de las personas y de los pueblos de decidir sobre sus propios destinos.
El empoderamiento es la búsqueda y práctica del poder de acuerdo a las necesidades propias de cada grupo en la afirmación de la equidad. El empoderamiento supone la conquista de 5 tipos de poderes: Económico (distribución equitativo de la riqueza), social (información, conocimiento, acceso a organizaciones sociales y recursos financieros), político (acceso a procesos democráticos de toma de decisiones que les afecten), psicológico (sentido de poder individual que se demuestra en la autoestima personal), simbólico- cultural (cuando las percepciones culturales cambien).
La autonomía responde a la propia decisión, motivación y esfuerzo. Como experiencia y ejercicio interno estimulan a cada persona a robustecer su capacidad y voluntad de tomar sus propias decisiones, así los pueblos deben desarrollar capacidades para elaborar sus proyectos colectivos (autorrealización).
La autonomía personal es importante para ayudar a los procesos de construcción de identidades colectivas. Las personas que se valoran como titulares de derechos, tienen mayor apertura a encontrar a sus pares, a organizarse y luchar por sus derechos individuales y colectivos.
Una región autonomista es aquella que trabaja por el acceso y control equitativo, se moviliza para exigir cumplimiento de sus propuestas y ejerce sus derechos políticos, valora su identidad y goza de autoestima, es actor y beneficiario de los procesos de desarrollo. La autonomía es un proceso único, donde los seres humanos buscan el reconocimiento de su integralidad, convirtiéndoles en sujetos de derechos. ¡Así sea!
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