Los colombianos son orgullosos de su música, café, flores, petroquímica e industria, lamentablemente no pueden serlo en materia de derechos humanos.
Desde el Bogotazo, la violencia se multiplicó dramáticamente hasta hoy. Narcotráfico, guerrilla, terrorismo de Estado, mafias, delincuencia, paramilitares han sido una mezcla mortal para el pueblo colombiano y han colocado ha ese país en condición de Estado fallido.
Las FARC tuvieron en las cuerdas a los ex presidentes Ernesto Samper y Andrés Pastrana. Con el apoyo militar de Estados Unidos, las fuerzas de Álvaro Uribe enfrentaron con mano de hierro a guerrilleros, secuestradores y delincuentes. No acabó con ellos, pero sí, con miles de civiles inocentes, llamados cero positivos, y también con el dialogo y la reconciliación nacional.
El conflicto interno colombiano, diariamente provoca muertos de la fuerza pública y grupos ilegales, también de periodistas, dirigentes sindicales, líderes indígenas y activistas de derechos humanos. Estos últimos tan odiados y acusados por los gorilas del Estado por supuestamente defender a los delincuentes y no a ellos.
Esta torpe idea podría tener apoyo popular en el país cafetero. La gente quiere trabajar y vivir en paz, aunque para lograrlo haya que discriminar y matar a muchos, al fin y al cabo 7 de 10 son mayoría y apoyaron decididamente, conscientes o cautivos, primero a Álvaro Uribe y ahora a Juan Manuel Santos.
Lo curioso es que el poder político colombiano no puede negar una larga relación poder político-narcos. Una sociedad civil débil y la falta de oposición real, fortaleció a los partidos hegemónicos que han mantenido subordinada a la Justicia y se cruzaron de brazos cuando importantes mandos militares han sido reclutados por los Carteles.
Los colombianos han invadido de cocaína y marihuana nada menos que a Estados Unidos, primera potencia mundial que ha respondido con la DEA, Plan Colombia, Base de Manta, Iniciativa Mérida, entre otras medidas estratégicas.
Al narcotráfico se debe adjudicar conocidos casos de violación de los derechos humanos. Es una industria de muerte, lamentablemente mueve gigantes fortunas, tentación envolvente cuando el hambre, pobreza, ignorancia, violencia e injusticia son pan de cada día.
Es un virus maldito que ataca a todo el cuerpo social, se trata de una pesadilla disfrazada de un dulce sueño en que uno tiene todo lo que quiere, hace lo que le plazca, se llena pronto de dinero, no trabaja duro, anda en los mejores carros, es famoso, querido, admirado y …!temido!
Tienen tantos feligreses, que se habla de una subcultura narco, que incluye música, moda, cine, etc.
Tiene hasta una lengua propia: traquetear, darle piso, cocinas, capos, picados, perico, laboratorio, merca, etc.
Enrola a jóvenes y viejos, médicos, modelos, mecánicos, bailarinas, contadores, ingenieros, secretarias, taxistas. Almas de dios, gente que quieren una vida digna, que entraron en un viaje estúpido, pensando en salir algún día, vivos y ricos; pero la realidad es otra, el narcotráfico lo pudre todo. Destruye familias enteras, en manos de sicarios sanguinarios.
La violencia de Colombia, no incumbe solo a Estados Unidos, sino al mundo entero. Tiene especial repercusión en sus vecinos, a los que afecta directamente en múltiples ámbitos.
Al Ecuador, en su frontera norte, con miles de refugiados, instalaciones “clandestinas” de grupos armados, contrabando de combustible, violación de soberanía con ataque militar el 1 de marzo de 2008, incursión que provocó la ruptura de relaciones diplomáticas entre los dos países.
Al Ecuador, en su imagen y prestigio internacional, con un acoso mediático para involucrar directamente a los ecuatorianos en una barbarie ajena. El último caso es el golpe mortal de Santos en Putomayo, con la operación fortaleza 2, con al menos de 27 guerrilleros muertos del Frente 48. Colombia agradeció al Ecuador, pero las autoridades nacionales aclararon que no han intervenido en modo alguno.
Ya no más masacrados ni genocidios en nombre de Dios, ni en decisiones políticas. Luchemos por construir un mundo de paz y trabajo. Luchemos por lograr una sociedad más justa y equitativa, donde el pan alcance para todos. De qué vale tanta ambición material si al final la muerte nos espera.